No creo que exagere con el título de esta nota. Se los digo de corazón: en adelante, las películas que produzca Disney ya no serán lo mismo, y una probadita de esta nueva era en esos poderosos estudios es “Big Hero 6”, que se estrena hoy.
Siempre he sido una férrea crítica de las películas de dibujos animados, sobre todo de las de cuentos de princesas. No las disfruto, no las gozo, quizá porque mi vida no ha sido como la de estas heroínas (y tampoco quiero que sea).
Más bien me he inclinado por los filmes animados con historias profundas y conmovedoras, que no se contraponen a la intención de estas producciones, de no lastimar o mostrar a un niño una realidad dura.
Creo que es todo lo contrario. Una película animada debe mostrar, en su propio lenguaje, realidades que los niños ven en su vida diaria. Y eso, precisamente eso, es lo que pasa en “Big Hero 6”, en donde Disney combina con impresionante acierto una historia cotidiana con la fantasía ilimitada de súper héroes.
¿Cómo fue posible esta mezcla tan aparentemente contradictoria en Disney y tan lejana hasta hace poco tiempo?
Pues fácil: hace unos cuantos años Disney compró los derechos de Marvel Comics Inc., la propietaria de las historietas de los súper héroes más conocidos del mundo, como el Hombre Araña y Súper Man.
De ahí que en esta nueva producción aparezcan seis jóvenes -de ahí el número de 6 en el título- superdotados que salvan a San Fransokyo de las manos de un poderoso villano con insaciable sed de venganza.
Pero no solo la antes impensable inclusión de súper héroes en una cinta de Disney es lo novedoso en “Big Hero 6”. La historia en sí es un parteaguas en la usualmente dulce y delicada tradición de Disney. ¿Por qué? Porque es la primera vez en que veremos la maldad humana en toda su dimensión. Eso cuando uno de los personajes principales (no les diré quién) muere de una forma dramática.
Pero no se asusten. No se ve la escena de la muerte. Lo que sí se ve es cómo el personaje principal, Hero, tiene que lidiar con esta pérdida, para después mostrar cómo ese odio y frustración se convierte en una fuente de creatividad y perdón.
En todo esto está metido Baymax, un robot de plástico blanco -que parece un gran globo y que estoy segura han visto en anuncios promocionales por todo el país-, que no hace más que derrochar ternura y amor, sentimientos que, al final, vencen cualquier otro afecto negativo.
Esa es la gran enseñanza de la película, y lo que nos deja a todos, no importa si eres niño o adulto.
Les garantizo que los va a conmover (si son de corazón de pollo como yo más vale que lleven pañuelos desechables), pero sobre todo, verán a sus hijos salir con una sonrisa de oreja a oreja.
Si ya la viste, déjame tu comentario aquí abajo.