Desde chica tuve fascinación por los crayones, o crayolas, como también se conocen en México.
Me encantaban sus colores tan brillantes y la sedosa sensación cuando los usas sobre el papel. Pero detestaba algo: que se hicieran chatos y que se rompieran. Así era imposible dibujar con precisión, “sin salirse de la raya”, como me decían los maestros.
Entonces, cuando ya estaban chiquitos, todos pelados y a veces derretidos, ¡pum!, ya no eran dignos de mi respeto. Rodaban por toda la casa, y a veces pasaban por las bocas de mis hermanos más pequeños hasta que desaparecían. Quizá mi mamá los echaba a la basura, harta de verlos dispersos por todos los cuartos.
Quizá por eso ahora estoy encantada con los libros de Drew Daywalt, que hablan sobre los dramas por los que pasan estos artículos una vez que llegan a las manos de los niños. Ya les hablé en otro post del cuento “El día que los crayones renunciaron“, cuando, furiosos, estos colores re reclamaron al incauto de Duncan, su propietario, el maltrato e injusticias a los que los sometía.
Pues ahora, Daywalt, de nuevo en mancuerna con el genial Oliver Jeffers, quien está a cargo de las ilustraciones, regresa con una nueva y singular historia, “El día que los crayones regresaron a casa”. Advierto: el enojo de los colores sigue, pero ahora por otras razones.
Lee también “Olivia es un cuento para niños que arranca suspiros a los adultos“.
Y es que Duncan no entiende muchas cosas de la vida, entre ellas las necesidades y sufrimiento de cada crayón. Y por ahí va la historia.
Por ejemplo, ¿cómo se le ocurre a Duncan dejar al color guinda –ojo, palabra nueva para tus pequeños lectores– en el sofá donde se sienta el papá del niño? Solo lo había usado una vez, y así, casi nuevecito, quedó partido a la mitad. Afortunadamente un clip se encargó de mantener en una pieza al maltrecho crayón, pero, vaya, Duncan, hay que tener más cuidado con tus cosas.
¿Y el color verde chícharo qué tiene que decir? Pues que no le gusta el nombre que tiene, y que por eso se lo cambió a Esteban. En represalia, se fue de la casa para ver el mundo, según él.
Todos estos reclamos le llegaron a Duncan en forma de postales. Recibió un misterioso paquete en donde varios de sus crayones le decían dónde estaban y por qué.
Así nos enteramos de que el color rojo neón, o fosforescente, como también se lo conoce, quedó olvidado tirado al lado de la alberca del hotel donde Duncan y su familia pasaron unas vacaciones. El indignado personaje ahora tendrá que volver a casa caminando.
Al naranja y al amarillo no les fue mejor. ¿Recuerdan cómo discutieron en el libro anterior porque ambos se disputaban ser el color del sol? Pues ahora, precisamente por haber sido dejados bajo el sol se derritieron juntos. Y ya no quieren pelear, ahora solo quieren volver a casa.
Ah, pero mi drama favorito fue el del crayón bronce, al que se comió el perro de la casa para después vomitarlo en la alfombra de la sala. “Ahora soy más una pelusa de tapete que un crayón”, le dice el color a Duncan.
Y así siguen los dramas del crayón que brilla en la oscuridad, el dorado y el turquesa, que vive con la cabeza pegada a un calcetín luego de que Duncan lo olvidara en el bolsillo de su pantalón y terminara en la secadora. Y se despide “Tu apestoso-calcetinesco-pegado en la cabeza crayón turquesa”. (Ver foto de portada).
El relato, además de tener una traducción impecable, es de lo más divertido, y de eso se encargan tanto las ilustraciones como la serie de frases que salpican el texto. Miren si no será gracioso que el calcetín pegado a la cabeza del crayón turquesa le mande saludos a Duncan.
La cereza del pastel la pone el crayón para bebés, que es grande y robusto, a diferencia de los escuálidos colores convencionales. A este pobre le tocó sufrir a manos del hermano menor de Duncan, que le pegó una tremenda mordida en la cabeza y que intentó de dibujar con él.
Para fortuna de los inconformes crayones, Duncan se compadeció de ellos y los rescató. ¿Cómo? Tienen que leer el libro.
Lo único que les puedo decir es que no terminaron en el bote de la basura, como hizo mi mamá con los míos.
¿Qué recuerdos tienes de los crayones cuando eras niño? Comparte tus anécdotas.
El libro en español está editado por el Fondo de Cultura Económica; yo lo compré en una librería Gandhi. Disponible en Amazon por $20.98, y en LA Librería de Los Angeles por aproximadamente el mismo precio.